El secreto de Chimneys

El secreto de Chimneys

Author:Agatha Christie
Language: es
Format: mobi
Published: 2011-12-29T10:21:53+00:00


16. Una visita

Anthony subió nuevamente a la terraza con la convicción absoluta de que el centro del lago sería el único lugar idóneo para una conversación privada. El resonante tañido del batintín partió del edificio. Tredwell salió majestuosamente por una puerta lateral.

—La comida está servida, milord.

—¡Ah, el almuerzo! —exclamó el marqués, y pareció resucitar.

Aparecieron dos chiquillas. Eran unas mujercitas emprendedoras de doce y diez años, y aunque sus nombres, según declaración de Bundle, era Dulcie y Daisy, pronto se advirtió que se las conocía vulgarmente con los de Guggle y Winkle. Ejecutaron una danza bélica, que amenizaron con sus alaridos, hasta que Bundle intervino.

—¿Dónde está mademoiselle? —preguntó.

—¡Tiene la migraine, migraine, migraine! —cantó Winkle.

—¡Hurra! —aulló Guggle.

Lord Caterham había conseguido introducir a casi todos sus huéspedes en la casa. Tocó el brazo de Anthony.

—Venga ahora a mi gabinete —susurró—. Le ofreceré algo especial. Anduvo por el vestíbulo más como un ratero que como el anfitrión y llegó a su guarida. De un armario sacó varias botellas.

—Hablar con los extranjeros me da sed —explicó en son de justificación—. Ignoro por qué será.

Sonó un golpecito en la puerta. Virginia se asomó a la habitación.

—¿Hay un combinado para mí? —se informó.

—¡Claro, entre! —contestó, hospitalario, el marqués.

Los cinco minutos siguientes se invirtieron en el paladeo de sabrosas materias líquidas.

—Lo necesitaba —suspiró Caterham, devolviendo la copa a la mesa—. Repito que los extranjeros me secan la garganta. ¡Cómo me fatigan! Lo achaco a su perfecta cortesía. Vamos a comer algo.

Abrió la marcha hacia el comedor. Virginia rezagóse con Anthony.

—He cumplido con mi obligación —cuchicheó—. Lord Caterham me ha enseñado el cadáver.

—¿Y qué? —exclamó Anthony ávidamente.

Una de sus teorías iba a ser confirmada o destruida. Virginia meneó la cabeza.

—No acertó. Es el príncipe Miguel.

—¡Oh! —masculló desilusionado Anthony, y agregó en voz alta—: Y la institutriz tiene migraine.

— No veo qué relación...

—Quisiera conocerla, porque ocupa el segundo cuarto del extremo, el mismo en que se encendió la luz anoche.

—Es interesante.

—Pero inofensivo probablemente. De todos modos, veré a mademoiselle antes de que acabe el día.

La comida fue una dura prueba. Ni siquiera la alegre imparcialidad de Bundle pudo reconciliar a tan heterogéneos elementos. El barón y Andrassy, correctos, formales y regios, parecían asistir a un banquete dado en un mausoleo. Lord Caterham aletargado y deprimido. Bill Eversleigh devoraba con los ojos a Virginia. George, consciente de la precaria situación en que el azar le había puesto, conversaba inteligentemente con el barón e Isaacstein. Guggle y Winkle, indisciplinadas por la novedad de tener un asesinato a domicilio, necesitaban de continuo que se les llamara la atención; mister Hiram Fish masticaba lentamente y pronunciaba secas frases en su peculiar jerga... El superintendente Battle se había esfumado, sin que nadie supiera qué había sido de él.

—¡Loado sea Dios! Ya se acabó —murmuró Bundle a Anthony al levantarse de la mesa—. George conducirá esta tarde el contingente internacional a su residencia para discutir secretos de Estado.

—Eso despejará la atmósfera —convino Anthony.

—El estadounidense no me preocupa —continuó Bundle—. Puede hablar con mi padre de ediciones príncipe en cualquier rincón.



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